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Astor Piazzolla : el tango culminante / Julio Nudler, Aldo Delhor, Laureano Fernandez.

Por: Colaborador(es): Tipo de material: TextoTextoDetalles de publicación: Buenos Aires : La Página, 2001.Descripción: 64 p. : ilISBN:
  • 9875032948
Tema(s): Resumen: Durante medio siglo, desde algo antes de 1940 hasta 1990, Astor Piazzolla creó incansablemente, desafiando todos los modelos y saltando todos los obstáculos. Hoy es un músico universalmente apreciado, por decir poco, pero que sigue siendo poco conocido en la Argentina, donde su obra tiene muy escasa difusión, fuera de unos temas aislados. Para colmo, sus grabaciones se le suelen presentar al público de manera confusa, sin la orientación necesaria, sin datos ni fechas, sin referencias apenas. Quien quiera internarse en ese deslumbrante mundo sonoro encontrará en Astor Piazzolla, El Tango Culminante, el libro que Página/12 entregará este domingo, una guía que lo acompañará a través de cada una de las etapas del genial bandoneonista. El texto entrelaza la azarosa biografía del músico marplatense con su obra y el contexto social y político que la rodeó, destacando lo que a juicio de los autores sobresale, como logro artístico, en cada momento. Con este criterio orientan al lector a través de la extensa discografía piazzolleana, deteniéndose a analizar los temas más relevantes, para poner en orden un material que de otro modo puede aparecer como caótico. El trabajo pertenece a tres minuciosos conocedores del aporte de este gran creador nacido el 11 de marzo de 1921: Aldo Delhor, Laureano Fernández y Julio Nudler, periodista éste de Página/12. Después de una infancia repartida entre Mar del Plata y Nueva York, donde en los años de la ley seca sus padres, y él mismo, se codearon con la mafia, Astor desembarcó en el tango hacia 1937, cuando despuntaba una nueva era de esplendor para la música de Buenos Aires. Pero ya a comienzos de los ‘40, instalado como bandoneonista en la orquesta de Aníbal Troilo, mientras corría medio dormido a tomar lecciones con Alberto Ginastera, Piazzolla, el rebelde, el loco, se negaba a contemplar al tango como una expresión cerrada e inmóvil. El admiraba, precisamente, a quienes habían logrado hacer del tango un género en permanente evolución: Eduardo Arolas, los hermanos De Caro, Elvino Vardaro. De hecho, durante dos décadas –cuyos extremos pueden situarse en 1937 y 1957–, coincidentes con el último y supremo apogeo que conoció el tango, Piazzolla acompañó y acicateó el notable avance del género. Pero su avidez revolucionaria lo condujo a una actitud rupturista, encarnada en el sorprendente Octeto Buenos Aires, que formó tiempo después de regresar de París en 1955. Fue entonces cuando el antipiazzollismo de los retrógrados le estalló en la cara: lo de Piazzolla, según ellos, no era tango. En 1971, cuando la insensatez y esterilidad de esa guerra era ya demasiado evidente, Astor, que nunca fue muy pacífico ni suave, convino en llamar lo suyo “música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires”. Aunque resulte increíble, Piazzolla niño no sentía una inclinación natural por la música, que sólo lo apasionó cuando pudo empezar a tocar Bach. Su padre, Nonino, admirador del delicadísimo Pedro Maffia, puso un bandoneón sobre las rodillas de su hijo con la esperanza de apaciguarlo y atenuar su pésima conducta en la escuela. Diez años más tarde, ese vástago indócil escribía para Troilo los portentosos arreglos de “Inspiración”, “Chiqué”, “Quejas de bandoneón” y otros clásicos, a los que obviamente Pichuco despojaba de las audacias que juzgaba excesivas. Pero en 1945 ya está Piazzolla al frente de una orquesta, para acompañar la voz de Francisco Fiorentino. Y contra otras opiniones, los autores del libro afirman que allí, en esa docena de discos de pasta grabados en dos años, se manifiestan plenamente el talento y la personalidad distintiva de Astor, pese a la obligación de atenerse al compás y de no eclipsar al cantor. La serie incluye dos excelentes versiones puramente instrumentales. Luego de esa experiencia, Piazzolla debuta con orquesta propia en 1946, enrolado en la corriente renovadora –aunque siempre un paso más allá– que también integraban conjuntos como los de Francini-Pontier y Horacio Salgán, entre otros. Como compositor, aunque ya llevaba escritas varias piezas de valor, el gran vuelco lo produce en 1950 con la creación de “Para lucirse”, tango al que seguirían “Prepárense”, “Contratiempo”, “Triunfal” y “Lo que vendrá”, en una fiebre creadora que ya no se apagará. Pese a la cada vez más difícil relación de Piazzolla con el ambiente tanguero, esos tangos ingresaron en los repertorios de las mejores orquestas, de Aníbal Troilo a Osvaldo Fresedo, de José Basso a Francini-Pontier, sin excluir luego a Osvaldo Pugliese. Y además se escribieron tangos en homenaje a Astor, incluyendo uno de Julio De Caro. El libro se detiene a analizar una particularidad de Piazzolla: su afán por incluir al tango con letra en la corriente vanguardista. Un ejemplo saliente es “Fugitiva”, de 1952, con versos de Juan Carlos Lamadrid. Primero con María de la Fuente, luego con Jorge Sobral y principalmente con Héctor de Rosas, Astor logra integrar plenamente al cantor en su diferente concepción del tango. En esta misma línea pone música a textos de Jorge Luis Borges, consiguiendo plasmar en 1965, con el canto de Edmundo Rivero y los recitados de Luis Medina Castro, una realización antológica. Después vendrán otras voces, la prolífica etapa con Horacio Ferrer y algunas gemas a destacar, como los temas con Georges Moustaki. Las sucesivas formaciones que lideró Piazzolla a partir de 1957, desde la orquesta de bandoneón y cuerdas y el Quinteto Nuevo Tango, constituido éste en 1960, hasta el sexteto final, marcaron su búsqueda permanente, que sólo pudo detener una trombosis cerebral. Los autores de Astor Piazzolla, El Tango Culminante exponen esa trayectoria empeñosa, tan poblada de dificultades como de conquistas, que convirtió a este músico excepcional en una influencia casi inevitable para todos los demás, y en el origen de una cuestión ineludible: ¿Qué hay después de Piazzolla? Antes que esto, lo importante es conocerlo, disfrutar de su talento y dejarse invadir por su inigualable música. (Nota de Página 12) https://www.pagina12.com.ar/2001/01-03/01-03-09/pag24.htm
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Durante medio siglo, desde algo antes de 1940 hasta 1990, Astor Piazzolla creó incansablemente, desafiando todos los modelos y saltando todos los obstáculos. Hoy es un músico universalmente apreciado, por decir poco, pero que sigue siendo poco conocido en la Argentina, donde su obra tiene muy escasa difusión, fuera de unos temas aislados. Para colmo, sus grabaciones se le suelen presentar al público de manera confusa, sin la orientación necesaria, sin datos ni fechas, sin referencias apenas. Quien quiera internarse en ese deslumbrante mundo sonoro encontrará en Astor Piazzolla, El Tango Culminante, el libro que Página/12 entregará este domingo, una guía que lo acompañará a través de cada una de las etapas del genial bandoneonista. El texto entrelaza la azarosa biografía del músico marplatense con su obra y el contexto social y político que la rodeó, destacando lo que a juicio de los autores sobresale, como logro artístico, en cada momento. Con este criterio orientan al lector a través de la extensa discografía piazzolleana, deteniéndose a analizar los temas más relevantes, para poner en orden un material que de otro modo puede aparecer como caótico. El trabajo pertenece a tres minuciosos conocedores del aporte de este gran creador nacido el 11 de marzo de 1921: Aldo Delhor, Laureano Fernández y Julio Nudler, periodista éste de Página/12.
Después de una infancia repartida entre Mar del Plata y Nueva York, donde en los años de la ley seca sus padres, y él mismo, se codearon con la mafia, Astor desembarcó en el tango hacia 1937, cuando despuntaba una nueva era de esplendor para la música de Buenos Aires. Pero ya a comienzos de los ‘40, instalado como bandoneonista en la orquesta de Aníbal Troilo, mientras corría medio dormido a tomar lecciones con Alberto Ginastera, Piazzolla, el rebelde, el loco, se negaba a contemplar al tango como una expresión cerrada e inmóvil. El admiraba, precisamente, a quienes habían logrado hacer del tango un género en permanente evolución: Eduardo Arolas, los hermanos De Caro, Elvino Vardaro.
De hecho, durante dos décadas –cuyos extremos pueden situarse en 1937 y 1957–, coincidentes con el último y supremo apogeo que conoció el tango, Piazzolla acompañó y acicateó el notable avance del género. Pero su avidez revolucionaria lo condujo a una actitud rupturista, encarnada en el sorprendente Octeto Buenos Aires, que formó tiempo después de regresar de París en 1955. Fue entonces cuando el antipiazzollismo de los retrógrados le estalló en la cara: lo de Piazzolla, según ellos, no era tango. En 1971, cuando la insensatez y esterilidad de esa guerra era ya demasiado evidente, Astor, que nunca fue muy pacífico ni suave, convino en llamar lo suyo “música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires”.
Aunque resulte increíble, Piazzolla niño no sentía una inclinación natural por la música, que sólo lo apasionó cuando pudo empezar a tocar Bach. Su padre, Nonino, admirador del delicadísimo Pedro Maffia, puso un bandoneón sobre las rodillas de su hijo con la esperanza de apaciguarlo y atenuar su pésima conducta en la escuela. Diez años más tarde, ese vástago indócil escribía para Troilo los portentosos arreglos de “Inspiración”, “Chiqué”, “Quejas de bandoneón” y otros clásicos, a los que obviamente Pichuco despojaba de las audacias que juzgaba excesivas.
Pero en 1945 ya está Piazzolla al frente de una orquesta, para acompañar la voz de Francisco Fiorentino. Y contra otras opiniones, los autores del libro afirman que allí, en esa docena de discos de pasta grabados en dos años, se manifiestan plenamente el talento y la personalidad distintiva de Astor, pese a la obligación de atenerse al compás y de no eclipsar al cantor. La serie incluye dos excelentes versiones puramente instrumentales. Luego de esa experiencia, Piazzolla debuta con orquesta propia en 1946, enrolado en la corriente renovadora –aunque siempre un paso más allá– que también integraban conjuntos como los de Francini-Pontier y Horacio Salgán, entre otros.
Como compositor, aunque ya llevaba escritas varias piezas de valor, el gran vuelco lo produce en 1950 con la creación de “Para lucirse”, tango al que seguirían “Prepárense”, “Contratiempo”, “Triunfal” y “Lo que vendrá”, en una fiebre creadora que ya no se apagará. Pese a la cada vez más difícil relación de Piazzolla con el ambiente tanguero, esos tangos ingresaron en los repertorios de las mejores orquestas, de Aníbal Troilo a Osvaldo Fresedo, de José Basso a Francini-Pontier, sin excluir luego a Osvaldo Pugliese. Y además se escribieron tangos en homenaje a Astor, incluyendo uno de Julio De Caro.
El libro se detiene a analizar una particularidad de Piazzolla: su afán por incluir al tango con letra en la corriente vanguardista. Un ejemplo saliente es “Fugitiva”, de 1952, con versos de Juan Carlos Lamadrid. Primero con María de la Fuente, luego con Jorge Sobral y principalmente con Héctor de Rosas, Astor logra integrar plenamente al cantor en su diferente concepción del tango. En esta misma línea pone música a textos de Jorge Luis Borges, consiguiendo plasmar en 1965, con el canto de Edmundo Rivero y los recitados de Luis Medina Castro, una realización antológica. Después vendrán otras voces, la prolífica etapa con Horacio Ferrer y algunas gemas a destacar, como los temas con Georges Moustaki.
Las sucesivas formaciones que lideró Piazzolla a partir de 1957, desde la orquesta de bandoneón y cuerdas y el Quinteto Nuevo Tango, constituido éste en 1960, hasta el sexteto final, marcaron su búsqueda permanente, que sólo pudo detener una trombosis cerebral. Los autores de Astor Piazzolla, El Tango Culminante exponen esa trayectoria empeñosa, tan poblada de dificultades como de conquistas, que convirtió a este músico excepcional en una influencia casi inevitable para todos los demás, y en el origen de una cuestión ineludible: ¿Qué hay después de Piazzolla? Antes que esto, lo importante es conocerlo, disfrutar de su talento y dejarse invadir por su inigualable música. (Nota de Página 12)

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